jueves, 11 de diciembre de 2008

¿Quién escribe?


El arte literario parece representar, como otras muchas manifestaciones de la actividad humana, un punto de confluencia de distintas pulsiones personales. ¿Qué lleva a alguien, en un determinado momento, a empuñar la pluma como si su vida dependiera de ello? A lo largo de la historia podemos encontrar tal cantidad de motivos que condicionan - si no determinan- la actividad escrituraria que resulta reduccionista y empobrecedor el intentar ofrecer una visión esquemática de ello. Por desgracia, toda exposición adolece de un esfuerzo clarificador que conlleva necesariamente esa supresión de un número por lo general significativamente alto de elementos a analizar. En consonancia con ello, mi teoría es que podríamos plantear las siguientes posibilidades, a la hora de hacer una propuesta taxonómica en lo que a los motivos de la actividad literaria concierne: a) intereses económicos; b) afán de protagonismo; c) beatífica concepción del escritor en cuanto mesías con un mensaje revelador; d) desviaciones patológicas (si no lo son las anteriores) que encuentran en la literatura un elemento de sublimación, o de redención, con el que exorcizar viejos fantasmas. En cualquier caso, parece haber cierto consenso acerca de que el segundo de los elementos (egocentrismo protagónico) es una constante que complementa a alguno de los otros elementos. Ahora bien, ¿cómo asumir casos como el de Thomas Pynchon, uno de los novelistas norteamericanos más celebrados en la actualidad, del que solo se conoce una foto de mediados de los años 50, y ante el cual se han llegado a barajar posibilidades de toda índole, planteando incluso que se tratara del pseudónimo de algún otro ilustre eremita de las letras, como J. D. Salinger? ¿O qué decir de Cormac McCarthy, quien solo ha concedido una entrevista en toda su vida, que rechazó una oferta de dos mil dólares para hablar de sus libros en la universidad -a pesar de haber constancia de los apuros económicos por los que ha pasado a lo largo de su vida- y que se baraja como posible Premio Nobel de aquí a unos años?

El arte abre caminos que nos alejan, en cuanto seres humanos, de cualquier otra forma de vida, por lo que no es fácil aplicarle etiquetas que se basen en meros mecanismos de supervivencia. Tampoco esto ha de llevarnos al otro extremo, es decir, al de la concepción esotérica, casi cabalística, del arte, que convierte al escritor en una especie de chamán instruido en los ritos iniciáticos del alfabeto. Personalmente, veo en el arte -y siempre teniendo presente que cada caso es un mundo- un elemento que ilustra un aspecto definitorio de la naturaleza humana: su autoconciencia de bomba de relojería sin artificiero a la vista. Vivimos un mundo sin explicación -puesto que la explicación es solo un mecanismo cognitivo de procesamiento con el que tenemos que cargar desde hace unos milenios, no una necesidad intrínseca de la existencia-, pero con fecha de caducidad, al menos para nosotros. De esa necesidad de comprender lo incomprensible a través de la incomprensión surge el arte, y con él el artista. Buscar cualquier racionalidad en ello es, por definición, un absurdo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tú y tu visión del arte...