viernes, 24 de septiembre de 2010

Buda monta en Harley


La lectura de Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, de Robert M. Pirsig, sume a uno, cuando este ha logrado hacer acopio de la suficiente cantidad de neuronas como para entender los pasajes más enjundiosos de la obra, en una desazón filosófica y vital de la que tarda mucho en despegarse. El libro, encubierta pero auténtica biografía del autor, simultanea dos planos narrativos de muy difícil conjunción, lo que hace de la obra un auténtico monumento al "no-género". Por un lado, Pirsig, a través de un alter ego, narra las peripecias vitales de un joven que atraviesa profundas crisis existenciales. Tras un entusiasta inicio académico desde los cánones del pensamiento científico, el protagonista va viendo cómo se derrumban, por los resquicios y endebleces que muestran las bases de este, todos los pilares de la racionalidad, al no aguantar con robustez verdaderas pruebas de fuego. Sumido en un profundo nihilismo, el joven indaga en el pensamiento oriental como válvula de escape, sin lograr, no obstante, consolidar referentes epistemológicos indestructibles. Desde esta desazón, opta por asumir la grisura de la cotidianidad, a partir de la que emerge la segunda de las dimensiones referenciales, esto es, los viajes que el protagonista, ya en la edad adulta, lleva a cabo con su hijo en moto, proyectando sobre esta, y sobre todo lo concerniente a su mecánica, los destellos más aprovechables del pensamiento zen, alcanzando así Pirsig una suerte de ataraxia desde la que rehúye toda pretenciosidad por alcanzar un férreo conocimiento de la realidad.
El libro es apabullante. La erudición sobre filosofía de la ciencia y sociología del conocimiento le deja a uno exhausto, y solo los fugaces balones de oxígeno que proporcionan los pasajes acerca del viaje del autor en motocicleta logran que recuperemos el aliento. Pero la obra, no obstante, no nos deja intactos, y el fiel retrato de quien, desde los abismos de la locura, reconoció la gran mentira de eso que, con pomposidad, damos en llamar conocimiento, nos sumerge en un amargo marasmo que brota, no obstante, de la dolorosa complicidad. Toda una joya.

martes, 31 de agosto de 2010

En defensa de la clase intelectual


No resulta revelador afirmar que existe cierta tendencia dentro de algunas corrientes del pensamiento libertario en función de la cual todo lo que huele a intelectual genera un rápido repudio, amparándose en la intuición, más o menos confirmada, de que todo individuo que blande el conocimiento o el acervo cultural como mecanismo configurador de la personalidad busca tan solo detentar otro elemento de poder más, a través de una oligarquía de neochamanes, de sumos sacerdotes, que intentan controlar a sus semejantes mostrando, solo a medias, esa magia negra a la que se envuelve en una falsa aureola de transparencia e inocencia mediante el uso del término “saber”.
Personalmente, con frecuencia tengo la impresión de que este asunto, hasta donde alcanzo a conocer, no ha sido tratado con el suficiente rigor y la necesaria honestidad, recurriendo con frecuencia a esa cómoda argucia demagógica que surge cada vez que mencionamos el valor que, a modo de herramienta disfrazada, tiene una estrategia para volvernos más manipulables y vulnerables ante semejantes con menos escrúpulos y más ambición que nosotros.
En realidad, y si he de ser sincero, ignoro lo que significa ser “anti-intelectual”, el “anti-intelectualismo” o las corrientes “anti-intelectualistas”. Si, tal y como defienden los planteamientos más radicales de los abanderados por John Zerzan, para recuperar nuestra libertad y para alcanzar la felicidad hemos de renunciar a toda suerte de prácticas simbólicas, ser anti-intelectual debe de ser algo así como ser “pro-paramecio”. Cuando antropólogos como Talcott Parsons plantean que la cultura, lo cultural, es, sencillamente, un “discurso simbólico colectivo”, renunciar a la cultura —o lo que es lo mismo, renunciar a lo simbólico— supone pretender sumirnos en el averno de la bestialidad, negar nuestra condición de humanos.
En cierto modo, pienso que la corriente anti-intelectual se basa en una serie de premisas no suficientemente contrastadas, y que convendría matizar, si bien este espacio tan solo permitirá apuntarlo sucintamente:
1) Existe una clara dicotomía entre mente y cuerpo, y por tanto entre auténtico trabajador manual y falso trabajador intelectual. Autores como Eugenia Ramírez han señalado precisamente lo erróneo de este planteamiento, el cual presenta las mismas bases que la filosofía cristiana y el pensamiento cartesiano, que condenan lo físico y enaltecen lo mental presuponiendo una evidente y constatable frontera entre ambos. De ser así, no tendría sentido admitir el síndrome del “miembro fantasma” en individuos que han sufrido amputaciones traumáticas ni reconocer la influencia de los distintos estados mentales en el sistema nervioso, inmunológico, etc.
2) Hay una identidad real entre intelectual y empresario. Como consecuencia del supuesto límite entre los dos ámbitos mencionados en el apartado anterior, la imagen del trabajador intelectual casi resulta paradójica, un sinsentido, si no fuese por la labor de proyectos como Transform que, a través de la revista Transversal, han venido denunciando la situación del denominado “cognitariado”, esto es, los trabajadores del ámbito artístico, intelectual y cultural que, desde la precariedad laboral, sufren la misma problemática que cualquier otro colectivo de trabajadores en clara situación asimétrica dentro del sistema productivo, respecto al cuerpo empresarial.
3) Los intelectuales pertenecen a la burguesía, manifestando una clara ideología neoliberal y capitalista. Desde los colectivos que defienden la implantación del llamado “software libre” hasta quienes utilizan licencias de propiedad intelectual no privativas en cualquier ámbito cultural existe una denuncia más o menos explícita de lo que se ha venido dando en llamar “capitalismo cognitivo”, esto es, la tendencia actual y creciente a la privatización más y más restringida de la producción intelectual y artística (libros, películas, música, etc.), con el consiguiente empobrecimiento que dicho encorsetamiento genera en la transmisión de conocimiento.
4) El intelectual no es un trabajador. Aquí se da una manifiesta confusión, desde la noción de la “clase ociosa” de Thorstein Veblen, fruto del contacto con la idea de “entretenimiento”. En efecto, no es lícito establecer una relación de identidad entre quienes se apropian del ocio y el entretenimiento, mediante su consumo exacerbado, y los que contribuyen al desarrollo de ámbitos no directamente productivos, tal y como suele suceder con el terreno de la cultura.
5) Conocimiento, poder y control son lo mismo. De nuevo, una peligrosa confusión terminológica. Una cosa es entender, en ocasiones muy puntuales, el saber en cuanto adquisición de herramientas retóricas y argumentativas para guiar aviesamente la voluntad de quienes no son capaces de entrever las intenciones dominadoras del orador de turno y otra muy distinta concluir de ello que el conocimiento y la cultura, en todas sus formas y variantes profesionalizadas, solo sirven para someter a la población. Como bien sabemos, suele haber una relación más que confirmada entre calidad y extensión del sistema educativo, nivel de vida, derechos de los ciudadanos y desarrollo del país.
6) No existe ninguna diferencia entre el colectivo de docentes y el sistema educativo. De ser así, de esta idea tendríamos que inferir que no se encuentra disonancia alguna entre el objetivo —desgraciadamente, y siendo sinceros, perseguido por muchos, aunque no por todos los profesores— de intentar desarrollar el pensamiento libre de ciudadanos aún jóvenes, buscando que estos se familiaricen con el mundo que les rodea, y el componente proselitista y axiológico que todo sistema educativo más o menos institucionalizado comporta.
7) El trabajador no necesita de la cultura ni de las artes para su emancipación. Una afirmación que, de nuevo, me causa perplejidad, a no ser que verdaderamente consideremos como aspectos constitutivos de la clase proletaria el conformismo, la ignorancia, la ausencia de inquietud y curiosidad o la insensibilidad más ramplona. No creo ser el único al que le resulte desconcertante la idea de que alguien pueda rebelarse contra una situación dada, proponiendo soluciones y estrategias de actuación, desde el desconocimiento. Me cuesta creer que, en términos absolutos, aprender esclavice e ignorar libere.
¿Dónde acaba el trabajador y empieza el intelectual? ¿Acaso un fontanero no necesita de su lóbulo frontal para llevar a cabo una reparación? ¿Es que un escritor puede prescindir de todo el aparato motor para elaborar un ensayo? La disociación entre cuerpo y mente, no suficientemente confirmada —como hemos apuntado en las líneas anteriores—, no hace más que establecer categorías artificiales, a partir de las cuales los demagogos pueden servirse de la retórica más trillada para intentar emancipar a la clase trabajadoras... de sí misma. La cultura, el acervo de conocimiento que surge de la sociabilidad, es consustancial al ser humano. Los “niños-lobo” no se sirven del universo simbólico, pero tampoco son capaces de denunciar las hipotéticas opresiones del ambiente en el que se desarrollan. Existe una importante barrera, no siempre destacada, entre la figura del intelectual en cuanto individuo que contribuye, de una u otra forma, al enriquecimiento de sus semejantes, y el rol de los eruditos como caudillos que, a través del tristemente célebre despotismo ilustrado, creen poseer la verdad absoluta para lograr la felicidad de la especie humana. De igual modo, la situación del intelectual dentro del sistema productivo es inseparable de la de cualquier otro trabajador, en la medida en que es su actividad, y no su dinero, la que genera bienes de uno u otro tipo.
En conclusión, temo que haya que estar alerta ante visiones apocalípticas que, en gran medida, solo generan división y desconfianza, demonizando a un colectivo que, salvo perversas excepciones, se ha visto tan perjudicado como cualquier otro grupo de trabajadores a raíz de las revoluciones liberales de los últimos siglos. En este sentido, el pírrico porcentaje de beneficios que se otorga a la autoría de una obra aleja a la propiedad intelectual de su verdadero hacedor, en una situación de alienación muy cercana a la experimentada por quienes tradicionalmente se considera que constituyen el proletariado. No nos dejemos engañar: el sistema perjudica a todo trabajador externo a la oligarquía de mando, independientemente de si empuña la pluma o el martillo.

lunes, 16 de agosto de 2010

Yo acuso...


Hace unos días estuve de vacaciones por Berlín. Al margen de las clásicas paradas japonesas (Puerta de Branderburgo, Reichstag...) tenía tres enclaves muy grabados en la cabeza: el barrio turco de Kreuzberg, la East Side Gallery y... Tacheles.
Resumiendo, podríamos decir que Tacheles quizás sea la casa okupa más famosa del mundo. En precaria situación de supervivencia, Tacheles ofrece dos ambientes muy distintos: una explanada al aire libre, donde las obras artísticas de distintos creadores se yuxtaponen en una suerte de pseudo-calle, y el edificio propiamente dicho, con una ornamentación graffitera (digna representante del horror vacui más urbano que podamos concebir) y un olor a orines en el primer piso que en absoluto servía de acicate para el ascenso por el bloque. En cualquier caso, prudencia y temor me llevaron a dejar la excursión en el segundo piso, descubriendo posteriormente (vía internet) que en la planta cuarta se mantiene una galería de arte con muy dignas muestras.
Sobre decir que en ningún momento tuve que sortear detectores de metales ni majestuosos teutones con uniforme y cara de pocos amigos. De igual modo, mi poder adquisitivo tampoco influyó en modo alguno en mi acceso al local. Tan solo una urna metálica aconsejaba un solidario donativo en medio de la explanada interior, al objeto de propiciar la supervivencia del local (por cierto, actualmente con serias amenazas de desaparición).
Berlín apuesta por el civismo. En los medios de transporte público no existen torniquetes de ningún tipo para garantizar la contribución económica del ciudadano al sostenimiento de la locomoción no-privada. Se da por supuesto que el alemán de a pie se paga su billete y lo valida en las máquinas dispuestas en las distintas estaciones. Se habla de la presencia ocasional de revisores para certificar el correcto desarrollo del proceso, pero tras cinco días de estancia en la ciudad puedo asegurar que podría haber viajado sin pagar un euro: nadie me pidió jamás un billete de metro.
Pensemos ahora en nuestras ciudades, en donde no satisfechos con ser conducidos, al modo de aves de corral, a través de artefactos metálicos solo accionables tras la correspondiente introducción del adecuado billete de transporte, aún forzamos nuestra suerte con frecuencia intentando compartir plaza en el torniquete con el esforzado ciudadano que sí ha pagado su ticket. La picaresca española no es un mecanismo de supervivencia: es la causa de nuestra cosificación. Inconscientemente delegamos en el Gran Hermano urbano nuestra capacidad para autogobernarnos, ostentando en todo momento nuestro aún prepúber estado de evolución ciudadana.
Las gentes del mediterráneo podemos enorgullecernos de la importancia que concedemos a la familia, a las relaciones sociales, al humor o a la vida en la calle, frente al individualismo y a la seriedad norteñas, pero viajando por Inglaterra o Alemania experimento un triste sentimiento de envidia ante la privilegiada situación de países donde la responsabilidad ciudadana en el sostenimiento del patrimonio cultural o de las infraestructuras más básicas deja en un segundo plano todo elemento coercitivo, sin mencionar una despreocupación y respeto por las indumentarias ajenas, escapando a todo cliché, que aún dejan muy lejos de Italia, España o Portugal el rechazo a la censura social por cuestiones meramente estéticas.
De regreso en Madrid, vuelta a la realidad: haciendo cola en Barajas, soy el único de un grupo de viajeros al que un sesudo guardia de seguridad cachea sin explicación alguna. Comprensiblemente, mi barba de varios días, mis pantalones militares y mi camisa de cuello Mao demostraban sin duda alguna mi condición de mulero, si bien el exhaustivo examen no permitió hallar los dos kilos de "jaco" que imagino que el agente confiaba en encontrar.
¡Larga vida a Tacheles!

¡El software no es moralmente neutro!


Confío en que no tengáis problemas con el esperanto:


LIBERA SOFTVARO
La moderna "komunismo"

José Tellez

Publikigita en la revuo "RG", numero 30-a, decembro-januaro 2007, kaj en la ttt-ejo Revolta Global.


Antaŭ kelkaj monatoj, Bill Gates, prezidanto de Microsoft (multnacia firmao fabrikanta informadikan softvaron) kaj la plej riĉa homo en la planedo, asertis ke "la defendantoj de la libera softvaro estas la modernaj komunistoj". Tiu frazo kaŭzis grandan debaton en la komunumo "copyleft". Kio estas la libera softvaro ? Ĉu vere ĝi estas strategio por detrui la kapitalon ?

Ofte oni aŭskultas pri la koncepto de "cifereca breĉo". Kiam oni parolas, oni konsideras ke ekzistas "cibersocio de la informado". "Sociiĝi" estas "scipovi esti en la socio" ; pro tio estas necese scii legi, skribi, havi informon, ktp. "Cibersociiĝi" estas la samo, sed en la socio de la informado, tio estas, Interreto kaj la novaj teknologioj.

Tiu nova maniero sociiĝi estas konsiderata kutime kiel baza rajto de iu ajn civitano, ĉefe se ĝi apartenas al la laborista klaso. Por iu ajn labor-posteno, ne gravas kiel meti-arta ĝi povas ŝajni, oni postulas bazajn konojn pri softvaro (ĉefe Vindozo, Office, ktp.).

Por sociiĝi en tiu nova socio, oni bezonas bazajn rimedojn. Por retumi oni bezonas komputilon (hardvaro) kaj ke tiu komputilo kapablu fari aferojn, tio estas, ke ĝi havu programojn (softvaro aŭ programaro). Tiuj rimedoj ne estas tiom facile alireblaj kaj ne ĉiuj havas aliron al ili pro malsamaj kaŭzoj. Ankaŭ en cibersocio ekzistas socialaj malegalecoj, kaj ni devas serĉi la radikojn por ilin kontraŭbatali. Unu el tiuj kialoj (ne la sola) estas la privatiiga uzo de la softvaro.
Privata softvaro : teknologia subpremado.

Meze de la sepdekaj jaroj, la komputiloj estis iloj por procesori datumojn. La programoj estis utiligitaj kaj interŝanĝitaj inter programistoj libere. Tiu estis la komenco de la komunumo "hacker". Iom post iom, la entreprenoj ekvidis la softvaron kiel varon kaj malpermesis ĝian kopiadon kaj modifadon. Tio detruis la komunumon "hacker".

Kiel ili povas malpermesi la modifadon de la softvaro ? Kaŝante la fonto-kodon de ĉiu programo. Por klarigi kio estas la "fonto-kodo" oni kutimas utiligi la ekzemplon de la receptoj. La fonto-kodo estus la "recepto" de plado, la skeleto de la programo.

Se oni iras vespermanĝi al la hejmo de amiko, kaj la deserton oni ŝatas multe... rapide oni pensas peti al tiu amiko la recepton. Oni antaŭkonsideras ke la amiko havigos ĝin. Nu, kiam oni komencas komerciigi la softvaron, tio kion oni faras estas nei la recepton. Tio estas, kvazaŭ nia amiko dirus ke se ni volas manĝi la deserton ĝi estas la sola homo kiu povas ĝin pretigi kaj kiu povas ĝin doni.

La naskiĝo de la privata softvaro kaŭzis ke la firmaoj produktantaj softvaron (kiel Microsoft) ekriĉiĝis senmezure. La troa prezo de la programoj en la merkato kaŭzis ankaŭ la naskiĝon de la piratado.

Dum multaj jaroj Microsoft ŝajnigis ne vidi la piratadon. Tiel ĝi kaptis novajn klientojn por "sklavigi" ilin poste. Tiu estas la kaŭzo de la nuna ofensivo kontraŭ la piratado kaj kontraŭ la libera softvaro je internacia skalo. Ili volas ligi la plimulton el la loĝantaro por ke ĝi aĉetu iliajn produktojn. Temas pri la komenco de la teknologia subpremado. La ofensivo de tiu formo de subpremado prezentiĝas sub la formo de la softvaraj patentoj. Ĝis nun ili nur ekzistis en Usono, sed de jaroj ili aprobiĝas ankaŭ en la malsamaj landoj de EU. Kio diferencigas la patentojn de la kopirajtoj ? La kopirajtoj protektas la programojn, sed ne la ideon enhavatan en la programo. Sed la "industria proprieto" (patentoj) agnoskas la rajton ekspluatadi ekskluzive la patentitan elpensitaĵon, malebligante al aliaj ĝian fabrikadon aŭ la esploron per ĝi. Kiam oni instalis tiun sistemon ĝi estis ligita al mekanikaj elpensitaĵoj, sed aplikita al matematikaj logaritmoj (softvaro), tio estas, al konkretaj ideoj, ĝi estas ago de absoluta tiranio.

Utiligante la saman ekzemplon : se onies amiko havus la kopirajton de la recepto neniu malebligus ke oni faru deserton per malsama recepto. Sed per la patento onia amiko kontrolus la deserton kiel ideon, ne gravas kiel ni ĝin farus. Tiu estas la baza ideo de la privatiga softvaro.
La transira alternativo : libera softvaro.

En 1984, la usona Richard Stallman fondis programistan komunumon kreantan novan operaciadan sistemon laŭ la skemo de la malnovaj "hackers" kiuj kundividis programojn. Li lanĉis la ideon per retlisto kaj iom post iom sufiĉe granda nombro da programistoj aliĝis al la projekto. Tiel aperis en 1990 la sistemo GNU/Linukso, la patrino de la libera softvaro. Stallman kaj lia fondaĵo FSF (Free Software Fondation) ankaŭ difinis kiel liberan softvaron tiun plenumantan tiujn kvar liberecojn por la uzuloj :

- uzi la programon kun iu ajn celo ; Richard Stallman
- aliro al la fonto-kodo por adapti ĝin ;
- povi distribui kopiojn ;
- povi plibonigi ĝin kaj igi publikaj la plibonigojn.

Kun la paso de la jaroj, la komunumo "hacker" estas pliboniginta la sistemon GNU/Linukso kaj hodiaŭ ĝi estas tiom facile utiligebla ke iu ajn uzulo sen multaj konoj povas lerni utiligi ĝin tiom facile kiom Vindozo. Krome, post Linukso estis kreitaj multaj aliaj liberaj programoj tre allogaj : OpenOffice por tekstaj dokumentoj ; Gimp por fotografia manipulado ; Firefox por retumi ; Thunderbird por la retpoŝto...

Tiuj programoj estas havantaj grandajn sukcesojn inter la ĝenerala publiko. Firefox havas jam preskaŭ la saman nombron da uzuloj kiel ĝia konkurencanto de Microsoft, Internet Explorer. Alia avantaĝo estas ke, pro tio ke la libera softvaro ne ludas laŭ la merkataj reguloj kaj havas la kodon malfermata, ekzistas tradukoj al lingvoj kiuj ne estas profitodonaj komerce (kiel la kataluna aŭ esperanto).
Libera softvaro : moderna komunismo ?

La komparo de Bill Gates de la libera softvaro kun la "moderna" komunismo kaŭzis intensan debaton en la komunumo "hacker". Kelkaj ne ŝatas ĝin, dum aliaj fieras vidante en la libera softvaro veran ŝanĝo-motoron de la ekonomia sistemo.

Reale la interna funkciado de la komunumo "hacker" estas tiu de estonta socialista socio : la laboristoj laboras por la komunumo, ili estas proprietuloj de la produkto-rimedoj kaj anstataŭigis la logikon "ĉiu laŭ sia kapablo" per "ĉiu laŭ sia bezono".

Kaj la fina produkto estas vere efika kaj utila. Krom la registaroj de Brazilo aŭ Venezuelo, eĉ NASA aŭ Microsoft mem utiligas tiun softvaron.

Do, kiel ĝi povas esti alternativo al la kapitalo se ĝi estas uzata de la kapitalo ? Ĉar utiligi la liberan softvaron estas redukti kostojn. Pro tio multaj firmaoj vidas en la libera softvaro novan negocon. Oni povas utiligi multajn programojn kaj poste, patenti ilin laŭ la novaj leĝoj aprobataj en Eŭropo.

La produktad-sistemo de la libera softvaro estus ideala en ekonomio nekapitalista, sed ĝi neniam estos la definitiva solvo de la socialaj maljustaĵoj en la nuna sistemo. Ni ree renkontas la klasikulojn : Lenin, en interesa pripenso tiusenca, diris "La preseja libereco estas ĉefa slogano de la "pura demokratio". Tiu libereco estos mensogo dum la plej bonaj presejoj kaj la grandaj rezervoj de papero estas en la manoj de la kapitalistoj kaj dum ekzistas la povo de la kapitalo sur la gazetaro".

martes, 3 de agosto de 2010

Internet es moralmente neutro, pero...


Confío en que no tengáis problemas con el inglés:


Facebook is not your friend


If you care about your privacy and that of your real friends, unfriend Facebook now. We are its product, not its customers


There is a wonderful graphic on the New York Times site showing how Facebook's privacy statement has got larger and larger to cover the growing holes in its privacy policy. The mapping isn't perfect: if it were, the declaration of Facebook's dedication to privacy would have to be of almost infinite size, since the default amount of privacy Facebook now offers is practically zero. When the site first started, very few people could join, and nothing became public, even to them, without the users' express permission. Now everyone can join and everything is public to almost all of them unless you make a determined effort to hide it. This effort has to be renewed every six months or so when Facebook revises its privacy policy to make it more opaque and less effective. There is a wonderfully graphic animation of the process at this site.

If you decide it isn't worth it, Facebook turns out to be very difficult to leave. It is very easy to "deactivate" your account, but it's also almost meaningless. Nothing is deleted by deactivation. If you return a year later, your account is still there, with the same password, the same friends and all the same data.

It is difficult to overestimate how much a Facebook user tells the company about his or her life. I've just had a friend (in real life) look me and my children up on the system. She's not a friend of either on Facebook, and both are reasonably cautious about privacy. Nonetheless, it was immediately obvious what their interests were, and each had most of their social networks listed. Ten years ago, when the British government proposed to make traffic data available to a wide variety of agencies under the Regulation of Investigative Powers Act, there was an outcry from civil libertarians. Their point was that you hardly need to know what people are saying to each other if you know who they are talking to. And now Facebook knows and makes this information freely available to almost anyone.

This may seem like a bad way to treat customers, but the whole point about Facebook is that users aren't customers. Anyone who supposes that Facebook's users are its customer has got the business model precisely backwards. Users pay nothing, because we aren't customers, but product. The customers are the advertisers to whom Facebook sells the information users hand over, knowingly or not.

Google, which collects less information about its users, is far more scrupulous about the uses to which it is put. Google also makes it much easier to remove your traces from the system. There is no equivalent on Facebook to Google's dashboard page, which shows you all the information you have made public across Google's sites; nor is it as easy to get back from Facebook information you have once put in. This isn't to diminish the extraordinary record of how we think that Google collects by simply tracking our queries, but Facebook collects more. That's what it's designed to do. The games and apps available there are an important part of this process. Almost all of these are simply devices to harvest information about players and use what they have found to sell themselves to everyone else on their contact list.

How can all or any of this be stopped? Facebook won't change. Its entire business model depends on selling privacy to advertisers. If public revulsion forces a halt, or a retreat it will start again in six months' time. This shouldn't really be surprising.

What is to be done? The kind of computing infrastructure needed to run a global service like Facebook isn't cheap, and somebody has to pay for it. Perhaps a service more ethical about privacy than Facebook is being hatched in a garage somewhere right now. It's certainly possible, as the example of Google shows.

But the fundamental problem remains. Ever since money was invented, the people who have made money out of aimless chat have been the landlords, whether they were selling beer, coffee or a space on the web. You may think that your Facebook friends care what you're up to, but they'd drop you like a stone if it cost them money to learn you had just become imaginary mayor of an imaginary town, or even that you had just had a row with your mother and slammed the phone down. The only people to whom that information is worth even a fraction of a penny are those who want to take advantage of it to sell you something you don't need – except, that is for your real friends, but imaginary ones are so much more reassuring.

Andrew Brown

http://www.guardian.co.uk/commentisfree/andrewbrown/2010/may/14/facebook-not-your-friend

Al respecto, un libro de interés:

http://ippolita.net/files/El_lado_oscuro_de_Google.pdf

viernes, 19 de marzo de 2010

"Alterprotestas": hacia una subversión del conflicto social


El ámbito ciudadano de la reivindicación ha transcurrido tradicionalmente amparado en dos herramientas de presión fundamentales: la contrainformación y el boicot. En cuanto a la primera, se trata de un compartimento con múltiples estancias, aunque todas ellas con un denominador común: el desarrollo verbal de discursos que, en mayor o menor medida, rompen, o desestabilizan, de algún modo, el mensaje imperante en un determinado statu quo. Dentro de la contrainformación solía encontrarse tanto la propaganda (con una mayor carga del componente proselitista) como la instrucción (con un mayor componente informativo). En cuanto a la segunda de las herramientas, el boicot, su cauce de exteriorización ya no es la palabra, sino la acción, y de nuevo encontramos diversas posibilidades para su concreción: la huelga, el sabotaje, etc. Lo más frecuente, sin embargo, es que una —la palabra— y otra —la acción— se simultaneasen y superpusiesen, para optimizar los mecanismos de presión ante una determinada reivindicación.

Algunos teóricos de la educación han apuntado la problemática inherente a este sistema de presión, o modificación: su naturaleza a-revolucionaria. En efecto, cuando algunas pedagogías más o menos libertarias defendían la idea de la desescolarización, esto es, de la supresión del esquema convencional "alumno-profesor-currículo estandarizado", lo hacían, en gran medida, criticando que el problema del sistema educativo no era de mayor o menor envergadura, sino consustancial al mismo, esto es, que la escuela ofrecía un currículo oculto, a partir de líneas ideológicas amparadas en la productividad, la rentabilidad y la competitividad. Solo así se podía entender el papel protagónico que durante el proceso de aprendizaje desempeñaba la obtención de un determinado certificado, fin y medio en sí mismo, dentro de la futura actividad laboral del alumno, cifrada desde una perspectiva exclusivamente funcional: el niño iba a la escuela a obtener un título que, de uno u otro modo, le serviría para algo en la vida. Al margen de que los docentes se esforzasen por desarrollar clases en las que primasen actitudes críticas, reflexivas o inconformistas, no se podía escapar a lo que su dinámica entrañaba en sí misma, esto es, una reafirmación del sistema establecido, fuese este de la índole que fuese. Frente a ello, los defensores de la desescolarización no perseguían (salvo en los casos de las posturas más radicales) fomentar el analfabetismo, sino validar un sistema de aprendizaje más autónomo y, sobre todo, que constituyese un fin en sí mismo, por su capacidad para generar aptitudes y conocimientos en el alumno que, al no expedir un certificado final, solo podía preocuparse por su formación. La cuestión crucial de la filosofía de la desescolarización no es que ofrezca un sistema educativo alternativo, sino que niegue su propia existencia. El valor revolucionario de la pedagogía libertaria no está en su valor corrector, sino heurístico, es decir, en su capacidad para inventar una nueva realidad, negando existencia a la otra.

Algo muy parecido ha sucedido con el llamado movimiento esperantista. Tras su auge en el primer tercio del siglo XX, cierto declive al que ha asistido en las décadas siguientes no ha logrado, sin embargo, dinamitar su robustez. Basta andar un poco por internet para encontrarse todo tipo de asociaciones esperantistas, un listado nutridísimo de obras literarias y científicas escritas, o traducidas, de acuerdo con la gramática de la más internacional de las lenguas artificiales o, por qué no, un abultado cruce de correos electrónicos y mensajes instantáneos, a través de chats (doy buena fe de ello), escritos en la lengua de Lázaro Zamenhof. ¿Pasatiempo para excéntricos o saber de eruditos? Sin duda, ninguna de las dos cosas. La supervivencia del esperanto se ha logrado a base, no de criticar o cuestionar otras fórmulas lingüísticas enraizadas en las distintas zonas geográficas, sino de construir su propio universo que, como los demás, resulta perfectamente legítimo. El esperantista de verdad no pasa el tiempo estudiando el ascenso o declive de las demás lenguas. Simplemente, usa el esperanto, lee libros en esperanto o escucha música en esperanto. La cultura esperantista no pretende modificar el universo lingüístico. Simplemente, se ha desarrollado de forma paralela, o a espaldas de esta.

Vivimos tiempos de gran angustia socioeconómica. La partida de dados del juego bursátil e inmobiliario nos está saliendo más cara a unos que a otros. Las manifestaciones se suceden. Los EREs se simultanean. En los muros, las pintadas se superponen: "la crisis capitalista, que la paguen los ricos", "bancos, ladrones" (omito rimas fáciles), etc. En mi opinión, y esto es solo una mera especulación teórica, a buena parte de los críticos de la situación laboral y financiera actual les falta ambición metodológica. Indudablemente, las reuniones del G-8, G-20, OCDE, FMI, etc., son solo lavativas para desatascar un engranaje que hace décadas que apesta. De ahí no va a salir la solución. El perfeccionamiento del sistema neoliberal solo tiene un valor lubricante para la élite empresarial. Es obvio que Obama no va a cortar, lo quiera o no, las alas, y los réditos, de los jerarcas de los lobbies norteamericanos que llevan décadas retroalimentando a la sociedad con el círculo vicioso "comunicación/control-producción-dinero-consumo". La decepción, en cualquier caso, viene con los agentes sociales (intelectuales, partidos políticos, sindicatos) que buscan recauchutar el sistema a base de medidas amparadas en la vieja dialéctica de clases que solo busca, en última instancia, el revanchismo y el cambio de rostro en el organigrama oligárquico. Aquí tampoco parece estar la solución cuando, tal y como plantean los pedagogos de la desescolarización, seguimos sin negar la mayor: o jugamos todos o se rompe la baraja.

¿Qué es, en suma, la alterprotesta? Un mecanismo de negación de la realidad, que trabaja implícitamente en su destrucción. La defensa de la cultura libre, por ejemplo, no puede partir, en realidad, de la lucha por la libre descarga de contenidos en internet, sino por el consumo y la difusión de productos (libros, música, etc.) exclusivamente comercializados con licencias libres, y no con el claustrofóbico copyright. De igual modo, las reformas laborales de hondo calado no van a salir del encadenamiento a las puertas o de las huelgas. Sin rompo el cristal de una empresa que me ha echado, solo he roto un cristal. Si me readmiten o me suben el sueldo, solo he logrado eso. Pero si dejo de comprar sus productos, de pasar por delante de su puerta o de mencionarles en mis conversaciones, habré logrado dos cosas: les habré hecho desaparecer de mi universo vital de referencia, con todo lo que ello conlleva (consumo, publicidad, etc.), y habré contribuido, por un mecanismo indirecto de compensación, al fomento o desarrollo de otros ámbitos económicos, puesto que tendré que seguir alimentándome, por algún sitio habré que pasear de vez en cuando y de algo debería hablar en mis conversaciones...

Se me tachará de utópico y de magnificar las consecuencias de un mecanismo que conlleva más elementos de negación que de reafirmación. En cualquier caso, hemos de mostrar nuestras cartas y descubrir a lo que estamos jugando: si al "tuya-mía" o a la consolidación de los mecanismos de la desobediencia civil, que al final parecen ser los únicos que verdaderamente ofrecen propuesta alternativas a una determinada realidad, en la medida en que no juegan al parche fácil del consuelo y la solución estrictamente personales. La crítica no sirve de nada si no está amparada en la construcción, o elucubración, de realidades alternativas, y en las cualidades de un procedimiento que reacciona ante una determinada circunstancia opresiva e injusta, simplemente, negándole la existencia.

viernes, 29 de enero de 2010

No será televisada...


Salinger ha muerto. La celebérrima novela El guardián entre el centeno se ha quedado huérfana. El culto hacia la novela coexistía pacíficamente con el oscurantismo que envolvía a la vida de su creador, del que apenas existían fotos, celosamente oculto y saliendo solo a la luz para denunciar intromisiones en su vida privada o la apropiación indebida de unos derechos de autor qe supuestamente legitimaban cualquier intento de desarrollar secuelas (tal y como sucedió cuando se intentó escribir una segunda parte del mentado relato). No en vano, la figura de Salinger se prestaba a todo tipo de elucubraciones calenturientas: ¿habría muerto? ¿estaría reencarnado en Thomas Pynchon? En cualquier caso, su obra más recordada sobreviviría perfectamente, al margen de las vicisitudes vitales de su creador. Quienes hemos leído El guardián hemos experimentado, en algunos casos, el regusto amargo de quien saborea un té ya oxidado: demasiado tarde. En efecto, pienso que hay un arco cronológico vital para una perfecta empatía con las pulsiones emocionales del protagonista, y que probablemente ronde los 14-18 años. En cualquier caso, la obra simboliza, como tantas otras hicieron más tarde, el despertar a la vida en la selva urbana, la ruptura de una inocencia condenada a alojarse, como apuntó Foucault, en cárceles y manicomios. Pero El guardián es mucho más que eso: es un grito de rebeldía desesperado, es la mirada en el espejo de la sociedad del niño que aún solo sabe decir verdades, es un certero precedente de ese Basketball diaries que hizo de Jim Carroll un mártir de la lírica alienada y urbana.
Descanse en paz. La muerte de Salinger, como su vida, no será televisada. Todos sabemos (gracias a Gil Scott-Heron) que la revolución no será televisada:

http://www.dailymotion.com/video/x28ijn_the-revolution-will-not-be-televise_music

La revolución no será televisada

No te podrás quedar en casa, brother
No podrás enchufar, encender y desenchufar
No podrás perderte en la heroína y evadirte
o ir por una cerveza durante los comerciales
Porque la revolución no será televisada

La revolución no será televisada
La revolución no te será llevada por Xerox
en cuatro partes, sin las interrupciones de los comerciales
La revolución no te mostrará fotos de Nixon
soplando una corneta y dirigiendo una acusación contra
John Mitchell, General Abrams y Spiro Agnew con tal de comerse
unas morcillas confiscadas en un santuario de Harlem
La revolución no será televisada

La revolución no te será llevada por el
Schaefer Award Theatre y ni por las estrallas Natalie
Woods y Steve McQueen o Bullwinkle y Julia.
La revolución no le dará sex appeal a tu boca
La revolución no te quitará las agujetas
La revolución no te hará lucir cinco libras más delgado
porque la revolución no será televisada, brother

No habrá fotos de Willie Mays y tú
Empujando aquel carrito de compras cuesta abajo en una carrera desesperada
O tratando de deslizar aquel televisor a colores dentro de una ambulancia robada
La NBC no podrá predecir al ganador a las 8:32
O reportar desde 29 distritos
La revolución no será televisada

No habrá fotos de policías disparándole
a sus hermanos en The instant reply
No habrá fotos de Whitney Young siendo
sacado de Harlem en un vagón con un nuevo procedimiento de etiqueta
No habrá cámara lenta o instantáneas de Roy Wilkens
Patinando a través de Watts en un liberador mono deportivo rojo, negro y verde
que él había guardado justo
Para la ocasión propicia.

Green Acres,The Hillbillies of Beverly y Hooterville Junction
No serán más tan puñeteramente relevantes, y
Las mujeres no se interesarán más por sí Dick finalmente se empató
con Jane en Search for Tomorrow porque los negros
Estarán en la calle persiguiendo un día más brillante
La revolución no será televisada.

No habrá titulares en el noticiero de las once
Ni tampoco fotos de mujeres liberales con los brazos peludos
Ni de Jackie Onassis soplándose la nariz
El tema de la canción no será escrito por Jim Web,
Francis Scott Key, ni será cantado por Glen Campbell, Tom
Jones, Johnny Cash, Englebert Humperdink, or los Rare Earth
La revolución no será televisada.

La revolución no ocurrirá justo después de una nota
sobre un tornado blanco, un relámpago blanco o un hombre blanco
No tendrás que preocuparte por una paloma
en tu habitación, un tigre en tu maletero o un gigante en tu inodoro
La revolución no se hará mejor con Coca-Cola
La revolución no luchará contra los germenes que podrían causar mal aliento
La revolución te pondrá en el asiento del conductor.

La revolución no será televisada.
No será televisada, no será televisada
La revolución no se postulará otra vez
La revolución estará viva.
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