viernes, 19 de marzo de 2010

"Alterprotestas": hacia una subversión del conflicto social


El ámbito ciudadano de la reivindicación ha transcurrido tradicionalmente amparado en dos herramientas de presión fundamentales: la contrainformación y el boicot. En cuanto a la primera, se trata de un compartimento con múltiples estancias, aunque todas ellas con un denominador común: el desarrollo verbal de discursos que, en mayor o menor medida, rompen, o desestabilizan, de algún modo, el mensaje imperante en un determinado statu quo. Dentro de la contrainformación solía encontrarse tanto la propaganda (con una mayor carga del componente proselitista) como la instrucción (con un mayor componente informativo). En cuanto a la segunda de las herramientas, el boicot, su cauce de exteriorización ya no es la palabra, sino la acción, y de nuevo encontramos diversas posibilidades para su concreción: la huelga, el sabotaje, etc. Lo más frecuente, sin embargo, es que una —la palabra— y otra —la acción— se simultaneasen y superpusiesen, para optimizar los mecanismos de presión ante una determinada reivindicación.

Algunos teóricos de la educación han apuntado la problemática inherente a este sistema de presión, o modificación: su naturaleza a-revolucionaria. En efecto, cuando algunas pedagogías más o menos libertarias defendían la idea de la desescolarización, esto es, de la supresión del esquema convencional "alumno-profesor-currículo estandarizado", lo hacían, en gran medida, criticando que el problema del sistema educativo no era de mayor o menor envergadura, sino consustancial al mismo, esto es, que la escuela ofrecía un currículo oculto, a partir de líneas ideológicas amparadas en la productividad, la rentabilidad y la competitividad. Solo así se podía entender el papel protagónico que durante el proceso de aprendizaje desempeñaba la obtención de un determinado certificado, fin y medio en sí mismo, dentro de la futura actividad laboral del alumno, cifrada desde una perspectiva exclusivamente funcional: el niño iba a la escuela a obtener un título que, de uno u otro modo, le serviría para algo en la vida. Al margen de que los docentes se esforzasen por desarrollar clases en las que primasen actitudes críticas, reflexivas o inconformistas, no se podía escapar a lo que su dinámica entrañaba en sí misma, esto es, una reafirmación del sistema establecido, fuese este de la índole que fuese. Frente a ello, los defensores de la desescolarización no perseguían (salvo en los casos de las posturas más radicales) fomentar el analfabetismo, sino validar un sistema de aprendizaje más autónomo y, sobre todo, que constituyese un fin en sí mismo, por su capacidad para generar aptitudes y conocimientos en el alumno que, al no expedir un certificado final, solo podía preocuparse por su formación. La cuestión crucial de la filosofía de la desescolarización no es que ofrezca un sistema educativo alternativo, sino que niegue su propia existencia. El valor revolucionario de la pedagogía libertaria no está en su valor corrector, sino heurístico, es decir, en su capacidad para inventar una nueva realidad, negando existencia a la otra.

Algo muy parecido ha sucedido con el llamado movimiento esperantista. Tras su auge en el primer tercio del siglo XX, cierto declive al que ha asistido en las décadas siguientes no ha logrado, sin embargo, dinamitar su robustez. Basta andar un poco por internet para encontrarse todo tipo de asociaciones esperantistas, un listado nutridísimo de obras literarias y científicas escritas, o traducidas, de acuerdo con la gramática de la más internacional de las lenguas artificiales o, por qué no, un abultado cruce de correos electrónicos y mensajes instantáneos, a través de chats (doy buena fe de ello), escritos en la lengua de Lázaro Zamenhof. ¿Pasatiempo para excéntricos o saber de eruditos? Sin duda, ninguna de las dos cosas. La supervivencia del esperanto se ha logrado a base, no de criticar o cuestionar otras fórmulas lingüísticas enraizadas en las distintas zonas geográficas, sino de construir su propio universo que, como los demás, resulta perfectamente legítimo. El esperantista de verdad no pasa el tiempo estudiando el ascenso o declive de las demás lenguas. Simplemente, usa el esperanto, lee libros en esperanto o escucha música en esperanto. La cultura esperantista no pretende modificar el universo lingüístico. Simplemente, se ha desarrollado de forma paralela, o a espaldas de esta.

Vivimos tiempos de gran angustia socioeconómica. La partida de dados del juego bursátil e inmobiliario nos está saliendo más cara a unos que a otros. Las manifestaciones se suceden. Los EREs se simultanean. En los muros, las pintadas se superponen: "la crisis capitalista, que la paguen los ricos", "bancos, ladrones" (omito rimas fáciles), etc. En mi opinión, y esto es solo una mera especulación teórica, a buena parte de los críticos de la situación laboral y financiera actual les falta ambición metodológica. Indudablemente, las reuniones del G-8, G-20, OCDE, FMI, etc., son solo lavativas para desatascar un engranaje que hace décadas que apesta. De ahí no va a salir la solución. El perfeccionamiento del sistema neoliberal solo tiene un valor lubricante para la élite empresarial. Es obvio que Obama no va a cortar, lo quiera o no, las alas, y los réditos, de los jerarcas de los lobbies norteamericanos que llevan décadas retroalimentando a la sociedad con el círculo vicioso "comunicación/control-producción-dinero-consumo". La decepción, en cualquier caso, viene con los agentes sociales (intelectuales, partidos políticos, sindicatos) que buscan recauchutar el sistema a base de medidas amparadas en la vieja dialéctica de clases que solo busca, en última instancia, el revanchismo y el cambio de rostro en el organigrama oligárquico. Aquí tampoco parece estar la solución cuando, tal y como plantean los pedagogos de la desescolarización, seguimos sin negar la mayor: o jugamos todos o se rompe la baraja.

¿Qué es, en suma, la alterprotesta? Un mecanismo de negación de la realidad, que trabaja implícitamente en su destrucción. La defensa de la cultura libre, por ejemplo, no puede partir, en realidad, de la lucha por la libre descarga de contenidos en internet, sino por el consumo y la difusión de productos (libros, música, etc.) exclusivamente comercializados con licencias libres, y no con el claustrofóbico copyright. De igual modo, las reformas laborales de hondo calado no van a salir del encadenamiento a las puertas o de las huelgas. Sin rompo el cristal de una empresa que me ha echado, solo he roto un cristal. Si me readmiten o me suben el sueldo, solo he logrado eso. Pero si dejo de comprar sus productos, de pasar por delante de su puerta o de mencionarles en mis conversaciones, habré logrado dos cosas: les habré hecho desaparecer de mi universo vital de referencia, con todo lo que ello conlleva (consumo, publicidad, etc.), y habré contribuido, por un mecanismo indirecto de compensación, al fomento o desarrollo de otros ámbitos económicos, puesto que tendré que seguir alimentándome, por algún sitio habré que pasear de vez en cuando y de algo debería hablar en mis conversaciones...

Se me tachará de utópico y de magnificar las consecuencias de un mecanismo que conlleva más elementos de negación que de reafirmación. En cualquier caso, hemos de mostrar nuestras cartas y descubrir a lo que estamos jugando: si al "tuya-mía" o a la consolidación de los mecanismos de la desobediencia civil, que al final parecen ser los únicos que verdaderamente ofrecen propuesta alternativas a una determinada realidad, en la medida en que no juegan al parche fácil del consuelo y la solución estrictamente personales. La crítica no sirve de nada si no está amparada en la construcción, o elucubración, de realidades alternativas, y en las cualidades de un procedimiento que reacciona ante una determinada circunstancia opresiva e injusta, simplemente, negándole la existencia.