miércoles, 12 de noviembre de 2008

Perelmán: la escalera arrojada


A pesar de haber anunciado el presumible tratamiento de la figura del filósofo Ludvig Wittgenstein a lo largo de este blog, no aprovecharé esta entrada para desgranar (y aburrir por ello) ante los lectores los procelosos, esquivos y casi poéticos cauces por los que discurre el pensamiento del más celebre de los pupilos de Bertrand Russell. Me limitaré tan solo a aludir a uno de sus más célebres adagios, tal y como aparece recogido en el apartado 6.54 del ya mentado Tractatus logico-philosophicus:

"Mis proposiciones son elucidaciones de este modo: quien me entiende las reconoce al final como sinsentidos, cuando mediante ellas -a hombros de ellas- ha logrado auparse por encima de ellas (tiene, por así decirlo, que tirar la escalera una vez que se ha encaramado en ella).

Tiene que superar esas proposiciones; entonces verá el mundo correctamente".

Es difícil aludir con brevedad al contexto en el que habríamos de insertar tal apunte. Limitémonos a señalar la naturaleza meramente instrumental que Wittgenstein atribuye a sus reflexiones: el lector ha de dar el salto en el vacío a partir de la sugerencia.

La reflexión del filósofo vienés apunta aún más alto: desgranados los entresijos de la filosofía analítica, el mundo comienza a ser visto desde arriba, con una perspectiva que nos reviste con el vertiginoso manto del loco, en la soledad del lobo estepario, aislado en su cúpula de conocimiento...

El matemático Grigori Perelmán parece haber llegado hace tiempo a este estadio: niño prodigio de las matemáticas, su fulgurante ascenso por los escalafones académicos parece haber topado solo con un adversario: él mismo. En efecto, el genio ruso abandonó definitivamente en el 2003 el instituto Steklov en el que investigaba para asistir al reconocimiento mundial -aunque desde la distancia que otorga la ataraxia del eremita- de su demostración de la llamada "conjetura de Poincaré". Dejaremos de lado las correspondientes explicaciones en torno a tal "acertijo" (extremadamente farragosas), desvelando, eso sí, que su resolución por parte de Perelmán (insólitamente colgada en internet en arXiv, rehuyendo por tanto la posibilidad de recurrir a su difusión a través de prestigiosas revistas internacionales) le valió la medalla Fields, el más alto reconocimiento para un matemático (al margen de la millonaria retribución económica: 782.000 euros otorgados por un instituto privado de EE UU para quien diera con la resolución del problema). Perelmán rechazó la medalla y el dinero, limitándose a decir: "era completamente irrelevante para mí. Todo el mundo entiende que si la demostración es correcta entonces no se necesita ningún otro reconocimiento".

La situación actual de Perelmán parece ser desoladora, desempleado y viviendo de la exigua pensión de su madre, según divulgan algunos medios. Desde la perspectiva de un universo políticamente correcto, las escaleras arrojadas por Wittgenstein y Perelmán, una vez subido el último peldaño, suponen un insulto desafiante para quienes no logran ver más allá de los supuestos delirios de dos abstrusos sabios. Con modestia, me atrevo a adivinar universos donde la verdad desnuda resquebraja las nociones más básicas de nuestra existencia: allí donde ya no queda nada que buscar, sencillamente porque la propia búsqueda es un sinsentido, no mayor que el de la existencia. Una vez más, retomo el Tractatus, tan revelador como nuestras intuiciones más perversas:

"Sentimos que, aún cuando todas las posibles preguntas científicas hayan obtenido respuesta, nuestros problemas vitales ni siquiera se han tocado. Desde luego, entonces ya no queda pregunta alguna; y esto es precisamente la respuesta".

martes, 11 de noviembre de 2008

La lógica según el diccionario del Diablo


Lógica, s: Arte de pensar y razonar en estricta concordancia con las limitaciones e incapacidades de la incomprensión humana. La base de la lógica es el silogismo, que consta de una premisa mayor, una menor y una conclusión, por ejemplo:
“Mayor”: Sesenta hombres pueden realizar un trabajo sesenta veces más rápido que un solo hombre.
“Menor”: Un hombre puede cavar un pozo para un poste en sesenta segundos.
“Conclusión”: Sesenta hombres puede cavar un pozo para un poste en un segundo.
Esto es lo que puede llamarse el silogismo matemático, con el cual, combinando lógica y matemática, obtenemos una doble certeza y somos dos veces benditos.



Diccionario del diablo, Ambrose Bierce

jueves, 6 de noviembre de 2008

Garcia Alix y Spinoza: la felicidad del continuo


Lo malo de la filosofía es que su naturaleza esotérica parece sobrepasar en ocasiones el mero revestimiento; esto es, su contenido para iniciados y su estilística críptica la abocan a una autodestrucción a todas luces verosímil, a juzgar simplemente por el número de matriculados en las correspondientes facultades que jalonan el universo humanístico. La pregunta seduce una y otra vez al ciudadano de a pie: ¿la filosofía para qué sirve? Pues, en ocasiones, para la redención...

Al margen de otros constructos, Spinoza pergeñó una ética amparada en el utilitarismo: la felicidad es la causa eficiente de nuestra actividad, lo que viene a decir que la tristeza es la justificación de nuestra hipotética abulia. Pero aún va más allá: el secreto de la alegría radica en la fidelidad a lo imperecedero, categoría en la cual podríamos meter la religión, el arte, etc.

Desconozco si García Alix ha leído a Spinoza, pero parece haber observado fielmente sus preceptos. Para quien no le conozca, Alberto García Alix representa la estampa del fotógrafo canalla, motero, taladrado por una pléyade de tatuajes y, mal que le pese, testigo fiel de la tan llamada "movida madrileña". Estos días expone en el Reina Sofía. Quienes ya le conocíamos no sabemos si nos subyugan más los protagonistas de sus retratos o las pinceladas de su existencia. Heroinómano desde los veinte años, García Alix parece haber superado con cierto éxito una hepatitis C letal con la ayuda de dos cosas: la distancia reparadora que supone una prolongada estancia en París (lejos de Las Barranquillas, barriada de placer y desamparo a un tiempo, tristemente conocida como "el mayor supermercado de droga de Europa") y su pasión por la fotografía. De su biografía arrolladora e inabarcable, me quedo tan solo con una anécdota: antes de morir a causa del caballo, su hermano sentenció con clarividencia cristalina: "tú tienes las fotos, pero a mí, aparte de un trabajo por cuatro duros de mierda, ¿qué me queda salvo el chute?"

Desde luego, Spinoza nunca llegó a conocer a García Alix, pero la transparencia con la que nos transmitió uno de los tan escasos secretos de la felicidad parece permitirle sobrellevar con brío el paso de un tiempo que no ha logrado arrebatarle su más preciado bien: el de la vigencia.