
El Proyecto Gran Simio, surgido en 1993, plantea como objetivo prioritario la proyección de determinados derechos morales y legales consagrados hasta hoy en exclusiva a la denominada especia humana (homo sapiens sapiens) a todos los grandes simios, entre los que se incluirían los chimpancés, los gorilas, los bonobos y los orangutanes. El Proyecto persigue, entre otros cometidos, la consecución de una Declaración de los Derechos de los Grandes Simios de las Naciones Unidas, entre los cuales se incluiría el derecho a la vida, la protección de la libertad individual y la prohibición de la tortura. Ese mismo año, 1993, salió publicado un libro que recogía con detalle los planteamientos de este Proyecto, figurando entre sus firmas etólogos o genetistas de la talla de Jane Goodall o Richard Dawkins, por citar solo algunos casos. Los denominadores comunes de quienes subscribían dicha idea partían del planteamiento de que si entre los aspectos definitorios de la especie humana estaba su naturaleza inteligente con una vida social, emocional y cognitiva variada, no había ningún motivo para excluir del colectivo que disfrutaba por ello de ciertos derechos a otras especies animales -las arriba citadas- que habían demostrado idéntico, o al menos semejante, perfil socio-cognitivo (amparándose en los experimentos que han demostrado la capacidad de los grandes simios para evidenciar racionalidad, autoconsciencia, percepción del pasado/futuro e incluso manejo de códigos considerablemente complejos, como el lenguaje de signos, en clara situación de ventaja respecto a seres humanos con retrasos mentales severos).Entre los detractores de la propuesta (por citar algunos, los filósofos Gustavo Bueno padre e hijo, el entomólogo Jesús Romero-Samper o el sacerdote y profesor de filosofía Leopoldo Prieto López) se suelen manejar con frecuencia argumentos alusivos a la ausencia de criterios genéticos o a la incongruencia de conceder derechos a quien no se le puede exigir responsabilidades, etc.
En cualquier caso, ambos planteamientos (a favor y en contra del Proyecto) parecen dar por supuesto que solo el antropomorfismo otorga carta de libertad en este mundo. Es esta una idea excesivamente enjundiosa a nivel filosófico (puesto que implicaría debatir si es concebible otorgar libertades y derechos a quien no es consciente de ellos) como para afrontarla en unas pocas líneas. No obstante, sí me parece interesante el sesgo antropocéntrico que conlleva nuestra jerarquización de las especies, fundamentalmente cuando hablamos de la legalidad de la manipulación biomédica: experimentar con simios parece menos aberrante que hacerlo con hombres, al igual que es preferible escoger cobayas antes que monos, o moscas antes que conejos. La capacidad del ser humano para la misericordia, por lo general, parece ir en consonancia con esta escala. Llegados a este punto, personalmente ya solo se me ocurren preguntas: ¿tenemos derecho a tener derechos? ¿el hecho de ser conscientes de que tenemos derecho a tener derechos nos da derecho a tener derechos?¿alguien a quien no le importase -o que no fuese consciente de- tener derechos (retrasados mentales, gente en coma, etc.) dejaría de tener derechos? ¿si es absurdo hablar de derechos con los animales, por qué se persigue y castiga al maltratador o al torturador? Pienso que ya hace mucho que hemos empezado a conceder derechos a los animales, por lo que, destapada del todo la caja de Pandora, nos enfrentamos sin remedio a uno de nuestros peores fantasmas: el límite de la identidad humana.
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