martes, 2 de diciembre de 2008

El Jack de Joyce


No, no se trata de la afición al bourbon del autor del Ulises, aunque la lectura de esta autobiografía/crónica generacional pueda generar la misma sensación -una extraña impresión de sfumato- que una ingesta masiva de la bebida espirituosa más celebre de los E. U. A. Jayce Johnson retrata en Personajes secundarios su acelerada, intermitente y atormentada relación, que no convivencia, con el gran gurú de la prosa beatnik: Jack Kerouac. Desconozco la trayectoria narrativa de la autora, pero sí es de reseñar su especial capacidad para engarzar con disimulo y elegante artificio su trayectoria vital con la aureola mítica del autor de On the road. A lo largo de la novela descubrimos más cosas de Joyce que de Jack, y no fruto de nuestros conocimientos previos sobre la prosa norteamericana de posguerra, sino por el verosímil y sincero esfuerzo de la autora por descubrirnos a Kerouac a través de ella, en calidad de amante y compañera, y no de rendida admiradora. Kerouac aparece por la novela como los personajes en las películas -en las buenas películas- de Tarantino: lo descubrimos desde dentro y desde fuera. Desde fuera, ese huracán incontenible que siempre pareció ser el escritor canadiense arrolla todo lo que encuentra a su paso, especialmente si se trata de vino y mujeres. Desde dentro, Kerouac parece manifestar una sorprendente inocencia ante el mundo que le tocó vivir. Si tienen un hueco, les aconsejaría que echasen un vistazo a las grabaciones que se conservan de algunas de las apariciones de Jack en la televisión. Al margen de estar casi siempre borracho, hay una espontaneidad en sus respuestas y en sus gestos que se me antojan muy alejadas del estudiado encorsetamiento que caracteriza a buena parte de quienes se cuelgan el cartel de "atormentado y bohemio". Kerouac, como algunos otros, parece haber terminado siendo engullido por el sistema -para muestra, ese terrible anuncio de coches en que se recitan fragmentos de En el camino-, sin que por ello dejemos de percibir en su ánimo algo situado mucho más allá de nuestros televisores, y que ni siquiera él lograba comprender: el atormentado camino de quien no sabe lo que es la vida, a pesar de buscarla en cada esquina...

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