miércoles, 15 de octubre de 2008

"Rebelarse vende": llegó la hora de la verdad


Rebelarse vende. Una bofetada en la cara. La traducción al castellano observa fielmente la traslación de su sentido original en inglés (The rebel sell. Why The Culture Can´t be Jammed). El libro de estos dos jóvenes profesores canadienses niega la mayor: no hay nada realmente contracultural en lo que habitualmente llamamos contracultura. Es más, al establishment le beneficia muy mucho planteamientos que, en última instancia, defienden un derecho a la diferenciación y a la rebeldía que, en realidad, está en absoluta consonancia con los sentimientos que alientan buena parte de los anuncios que jalonan nuestras calles y carreteras. Ilustrándolo con abundantes ejemplos extraídos de la cultura popular contemporánea, Heath y Potter nos hacen ver (imapagable la portada en la que vemos al "Che" de Alberto Korda decorando una taza de café) cómo las críticas al consumismo parten de una fobia al gregarismo que termina desencadenando, casi siempre, nuevas fórmulas perfectamente asimilables por el actual sistema de mercado. Las pocas excepciones que parece haber a esto son las conductas marcadamente asociales (casi podríamos decir que patológicas) y la actitud escapista de quien, tendiendo hacia el exotismo utópico, ve en la evasión una fórmula de autoengaño. Heath y Potter terminan apelando al "juego limpio", y no a la revolución, a la hora de cambiar las cosas "desde dentro", concluyendo con un canto a la democracia representativa (en aras de su naturaleza pragmática) que a mí personalmente se me antoja sofista y conservador. Quizás aquí radique el mayor defecto del texto: la desoladora destrucción del "revolucionario inocente" supone un sacrificio que no se ve compensado cuando llega la hora de la propuesta programática. Ya sabemos que las cosas irían mejor si fuésemos menos egoístas, pero trazar un fresco de la macroeconomía global, en clave neoliberal, retratándola como un ogro omnímodo de mil cabezas me parece, cuando menos, demasiado frustrante, sobre todo cuando cerramos el volumen con tan preocupantes palabras como las siguientes: "mientras los ciudadanos estén dispuestos a ceder su libertad a cambio de que los demás ciudadanos hagan lo mismo, no hay nada de malo en ello". A mí me parece que sí.