viernes, 12 de octubre de 2012

Por la libertad de expresión

De trabajadores a ciudadanos: Ante los cambios que está sufriendo RNE en los últimos tiempos, un grupo de trabajadores queremos deciros que esta no es la radio que queremos hacer. Ni queremos esta, ni queremos la de Aznar, ni queremos la de Felipe. Queremos la de los últimos años. Esa que, por fin, era fruto del consenso obligado entre los partidos. Esa en la que la ideología quedó al margen y pudimos trabajar con libertad y con criterios exclusivamente profesionales. Esa que, siendo mejorable, nos situaba por primera vez cerca de los medios internacionales más avanzados y serios. Esa que ha sido reconocida dentro y fuera de España, y por gente de todas las ideologías. Pero en un solo mes esa radio ha desaparecido. No sólo hemos vuelto a los tiempos de la manipulación y el sectarismo, sino que se añade algo mucho más grave: el hundimiento de la calidad. Y eso no tiene nada que ver con izquierdas o derechas. Desde nuestros sitios asistimos cada día atónitos, indignados y tristes a cómo se perpetra una radio que es de todo menos profesional. Una radio hueca en la que vuelve a primar el discurso oficial. Una radio en la que los temas incómodos para el gobierno desaparecen o son relegados, y los que son irrelevantes pero positivos para el ejecutivo, suben a los primeros puestos. Una radio en la que nos saltamos directos y ruedas de prensa fundamentales y, lejos de poner el grito en el cielo, nos damos palmadas en la espalda. Una radio de entrevistas pelotas y superficiales a la derecha y llenas de reproches a la izquierda. Una radio en la que los presentadores de los informativos (que, en su mayoría, no tienen experiencia en esa tarea) hacen editoriales y apostillan alegremente con opiniones, siempre del mismo lado. Una radio en la que hemos pasado de la exigencia y la seriedad, a la desorganización, el desconocimiento y la despreocupación. Pero no sólo ha cambiado la forma de hacer la radio, sino quiénes hacen la radio. Porque aunque seguimos siendo los mismos, la mayoría están cambiados de sitio. Volvemos a aquellos tiempos en los que cuando llega una nueva dirección arrasa con todo y no por razones profesionales como dicen. Porque ¿quién se cree que se cambien todos los editores y presentadores de los programas e informativos, los nombres de los espacios, las sintonías, o incluso los jefes técnicos e informáticos sólo por razones profesionales? ¿Todos los que estaban eran malos? ¿Todos los que están ahora son mejores? Entendemos que una dirección debe rodearse de gente de su confianza, pero llegar a hasta ese punto no se explica si no es porque quieres poner “a los tuyos” y volver a utilizar la radio como tu cortijo. Pues quienes piensan así deben saber que estamos hartos de que a los trabajadores se nos tenga por un ejército que está ahí para obedecer las instrucciones de unos o de otros aunque sean opuestas, ilógicas e injustas. Estamos agotados de que nuestras carreras profesionales fluctúen o ni existan por razones ajenas a nuestro trabajo. Por no aceptar órdenes políticas o porque otros las aceptan demasiado. Y lo que es peor, estamos tristes porque sabemos que no hay mayor mal para una radio que estar cambiando constantemente las voces, los programas y las formas. Porque así es imposible fidelizar oyentes. Y ahora que habíamos empezado a conseguirlo, volvemos a tirarlo por tierra. Pero hay otra prueba de que los cambios no están motivados por razones profesionales: la redacción ha dejado de “sonar”. La espontaneidad, los debates, la tensión informativa… Todo ha desaparecido para dar paso a un silencio motivado por el miedo a las represalias. Porque ya hemos visto cómo muchos compañeros –directivos o redactores de base- han sido retirados de sus puestos “naturales” sin justificación y con formas un tanto mafiosas. A lo que hay que añadir una bajada de sueldo que asumíamos por cómo están las cosas, pero que ha empezado a irritar cuando, por ejemplo, hemos visto que la mayoría de los nuevos directivos están remodelando sus despachos (obra incluida). ¿De verdad es necesario? ¿No les parece un gesto de desprecio hacia sus trabajadores? Y así van pasando los días y empiezan a normalizarse una mediocridad y una manipulación que, en absoluto, son normales. Ni debéis admitirlo los ciudadanos, que sois quienes pagáis esta RTVE, ni debemos admitirlo los trabajadores. Por eso, ante la falta de reacción de nuestro consejo de informativos, hemos decidido actuar. Para hacer saber a los ciudadanos que no compartimos esta radio y que sabemos que estamos siendo el hazmerreír. Para decirle a la nueva dirección que manipular hoy en día, con unas redes sociales que te desmienten al minuto, solo nos lleva a hacer el ridículo. Para decirle al gobierno que cuando se permite semejante bajón en la calidad la audiencia huye y la radio no sirve ni para manipular (aunque quizá ese sea el plan: servir en bandeja su cierre). Y para decirles a los compañeros que somos más, que no nos pueden castigar a todos y que nos estamos jugando el futuro. Como periodistas que defendemos la transparencia lamentamos tener que empezar de forma anónima, pero eso cambiará. Mientras tanto os dejamos una cuenta de twitter (@salvemosRNE) desde la que iremos denunciando todo lo que va pasando en RNE y desde la que, esperamos, vosotros también denunciéis. Porque estamos juntos en esto. Si una vez se consiguió una RNE de calidad, se podrá siempre. Fdo: El colectivo “Salvemos RNE”

sábado, 6 de octubre de 2012

Pero... ¿quién debe?

Recientemente he asistido a una de tantas concentraciones-eco que han tenido lugar por España en solidaridad con quienes acudieron al Congreso el 25-s (es de suponer que no me refiero ni a los políticos ni a las fuerzas de seguridad). Quienes encabezaban el acto que secundé portaban un pancarta que rezaba "No debemos. No pagamos. Abajo el régimen". No me dejó impasible el cartel, fundamentalmente por las serias dudas que albergaba sobre las dos primeras oraciones y por el interés socio-político que le encontré a la última de ellas... La pancarta, en cualquier caso, me trajo a la memoria el último libro de David Graeber "En deuda. Una historia alternativa de la economia." Recomiendo con entusiasmo su lectura, si bien no en especial para momentos de digestiones y modorras densas. El amplísimo repaso histórico y antropológico que Graeber lleva a cabo se basa en una afirmación básica: el trueque nunca ha existido como estadio previo a las situaciones de intercambio comercial explícito e inmediato. Parece una construcción de los economistas, una especie de aserto incuestionable del que no hay ninguna fundaentación empírica. El escritor nos lleva a una nueva lectura de la historia de la economía, donde el aumento del poder político avanzó en paralelo al desarrollo del sistema comercial, de la acuñación de moneda y de la creación de la deuda, sustentada esta sobre férreos sentimientos muy próximos a los de la culpa moral y el pecado religioso. Lectura muy recomendable, con infinitas implicaciones y que replantea el dogma liberal de que la economía ideal es aquella donde la presencia de los agentes públicos y del gobierno se vuelven prácticamente inexistentes. Es tanto como afirmar que para que las redes sociales adquieran aún mayor repercusión se hace imperativo desmantelar todo el material informático anivel mundial.

viernes, 21 de octubre de 2011

Normatividad versus cultura: la ortografía como encrucijada


Personalmente, no me resulta en modo alguno ajena la estampa del alumno que, suficientemente enculturado, en mayor o menor medida, a partir de determinados estadios del sistema educativo, responde de forma mecánica al profesor de turno cuando se ve interpelado por alguna cuestión de naturaleza ortográfica en la que en apariencia se busca sondear la espontánea reacción del adolescente abordado. Así, ante preguntas tan poco sospechosas de neutralidad como “¿y a ti qué te parece esto de la ortografía?; ¿la consideras necesaria, oportuna, inútil?”, el Manolito o Chusín de turno, ya adiestrado en las artes del cortejo académico, responde con fingida inocencia: “la ortografía es muy importante para que sepamos escribir bien y no seamos unos analfabetos toda nuestra vida”. El profesor asiente, los demás compañeros cuchichean, censurando la ramplona concesión de Vicentito, y la clase y la vida siguen sus cursos…
La ausencia casi absoluta de reflexividad en las cuestiones ortográficas y normativas ha llevado a adoptar actitudes extremas y maniqueas que simplifican y desvirtúan un fenómeno tan vivo como las células de mi organismo. En efecto, el lenguaje no consiste en un código cerrado sujeto tan solo al estudio de la arqueología filológica. De ser así, usaríamos el registro del marqués de Santillana para debatir acerca de la idoneidad o no de descargar un programa para la descompresión de archivos multimedia. En el otro extremo del continuum, la ortografía parece mostrarse como algo más que una hidra despiadada que cercena sin piedad la paciencia y el buen hacer de nuestros adolescentes.
¿Cómo dar con el justo medio? Difícil cuestión, cuando es constatable la existencia de múltiples sociedades ágrafas o de culturas, como la anglosajona, donde la vastedad en la difusión de sus modalidades lingüísticas no guarda ninguna correspondencia con la fortaleza institucional de algún organismo preocupado en exclusiva por velar por la incorruptibilidad del inglés. ¿Mandamos, pues, al demonio, bes, uves, haches y demás zarandajas? Ni tanto ni tan calvo, especialmente cuando usamos una lengua tan multicultural como el castellano, que se extiende por países y continentes con todo tipo de azarosas circunstancias sociales y educativas.
La ortografía cohesiona y proporciona nitidez y estandarización a los usos lingüísticos, pero la sacralización del lenguaje normativo nos lleva a escuchar aberraciones del tipo de “yo es que hablo muy mal” o “los que mejor usan el español son los de Valladolid, sin duda”. Si por “idioma” entendemos una determinada variedad lingüística, la tan llamada norma culta, usada de forma espontánea en contadas ocasiones y por limitados usuarios, y convertimos en una suerte de lengua franca el sistema comunicativo manejado por el noventa, o más, por ciento de la población que, intuitivamente, adscribimos sin embargo al mismo ámbito idiomático que quienes se supone que hablan “bien”, lo más probable es que acabemos en un callejón sin salida donde optemos, bien por considerar que el lenguaje correctamente utilizado es por definición artificial, bien por concluir, sencillamente, que a nueve de cada diez hablantes de español no se les entiende cuando intentan comunicarse.
El lenguaje es nada más, y nada menos, que una herramienta de comunicación, y la ortografía puede ayudar a facilitar unos patrones que contribuyan a ese propósito relacional, pero no hasta el punto de creer que existe un buen idioma y un mal idioma. Por encima de todo ello está el sentido común y la adecuación. Tan absurdo puede ser comenzar un solemne discurso con un “pienso de que” como dirigirse a un compañero de barra en la final de la Copa del rey anunciándole que “me congratulo de que las veleidades que tu ánimo manifiestan no se vean en modo alguno proyectadas sobre tu itinerante trayectoria en las inmediaciones de mi campo visual”. Intentaré recordarlo la próxima vez que felicite a Manolito en clase por su buen juicio a la hora de ponderar el valor de las normas gramaticales y ortográficas…

jueves, 18 de agosto de 2011

CARTA DE UN CIENTÍFICO A ALEJANDRO SANZ

Hola Alejandro,
Hace muchos días que ando dándole vueltas a la ley Sinde, a los derechos de autor, y leyendo tus desafortunados tweets. Ahora que tengo las tres cosas juntitas, déjame que te comente algunas cosas.
Soy científico, investigador del Centro Nacional de Biotecnología y actualmente "Visiting Assistant in Research"
en la Yale School of Medicine, en New Haven, Conneticcut.
Trabajo en el desarrollo de vacunas para el tercer mundo, centrando mis esfuerzos en la Leishmaniasis, una enfermedad olvidada que mata e incapacita en África, Asia y Sudamérica.
Sí, esos mismos sitios para los que, de vez en cuando, puedes montar una parranda benéfica.
Y aunque no lo sepas (y muchas personas no lo saben) es esa enfermedad que hace que miles de pobres niños tengan el vientre hinchado y mueran. La misma que hace que sus padres no puedan trabajar.
Entre nosotros, ese tipo de enfermedades que hace que el tercer mundo siga siendo tercer mundo.
Cuando consigo que mi trabajo funcione, tras muchísimas horas de laboratorio exponiéndome a múltiples
riesgos para mi salud, intento publicar mis resultados. ¿Sabes lo que pasa cuando lo hago?
Que la revista se queda con todos mis derechos de autor. CON TODOS. Si quiero, no sé, poner una figura de mi trabajo en algún otro formato, tengo que pedir permiso. Por mi figura. Por mi trabajo.
Y te hablo de figuras en blanco y negro. En color no podemos pagarlas.
¿Sabes por qué? Porque PAGO POR PUBLICAR. Sí, en serio, lo hacemos.
Mi laboratorio tiene que pagar para poder difundir los avances científicos que puedan curar a esos niños o a sus padres en el futuro.
PAGO POR PUBLICAR y tengo que pedir permiso por mi figura, por mi trabajo.
Ahora podrías meter en 140 caracteres que luchar por mis derechos no me impide que tú lo hagas por los tuyos; yo seguiría leyendo.
Desde que el hombre es hombre, desde que el ser humano es humano, ha demostrado que necesita expresar sus sentimientos.
Y de ahí surgió el arte. También, al mismo tiempo, surgieron las preguntas de qué hacía aquí. Los famosos "de dónde vengo, quién soy y a dónde voy".
Y es que las dos cosas, ciencia y arte, son humanas, pero no por ello profesiones.
Mira, no sé, 100 o 200 años atrás. El arte lo hacía el que podía permitírselo.
Y la ciencia también. Hasta Darwin descubrió el origen de las especies en un tour por el mundo, en el que vio que los pinzones de unas islas tenían los picos más grandes que otros. La gran revolución científica vino de un viaje de alguien que pudo permitírselo.
Ahora, industria mediante, los artistas cobran por entretener y los científicos cobran por descubrir cosas.
Una maravilla para los que no somos de familias ricas y queremos hacer ciencia o arte.
Yo me he quejado y mucho de mi falta de derechos. De intentar defender lo que ahora, para mí, es más que un reconocido trabajo. Y también creo cosas.
La diferencia es que yo con un salario tengo bastante. Y lucho por un salario digno.
QUE ME PAGUEN POR MI TRABAJO. No creo que tenga sentido que me paguen tiempo después por mis logros.
Te recuerdo que lo que yo quiero es una vacuna para el tercer mundo.
Y pagar mis facturas. No quiero ningún rendimiento extra que no me merezco.
No quiero derechos de autor, quiero que mis avances sigan derechos a conseguir su objetivo.
Entiendo que quieras que te paguen por tu trabajo. Y deberías (que lo haces) negociar lo que te paga una discográfica por grabar un nuevo disco. O que defiendas tu caché en los escenarios.
Pero cobrar también impuestos sobre los CD´s , discos duros, lo-que-sea que la S.G.A.E quiera inventar para sangrar al ciudadano medio, perdóname muy mucho, pero yo, lo veo excesivo.
Intentar lanzar una ley que te permita cobrar más de lo que te toca porque la industria que a ti te trata bien se está muriendo, lo siento, pero no.
Limitar las libertades individuales para maximizar vuestro beneficio no es justo.
¿Sabes por qué tengo un blog de divulgación científica? Para que el mundo vea que la ciencia es importante.
Para que posiblemente en el futuro sea una profesión digna. Yo no busco hacerme rico. Yo no quiero recortar libertades.
Yo lucho por cambiar la industria que hace que mi actual profesión me obligue a tener otra con la que, juntas, poder pagar las facturas.
Y por favor, no vuelvas a comparar los derechos a recibir medicamentos de los niños pobres con el derecho a declarar culpable de piratería a diestro y siniestro. Que ya lleváis demasiado tiempo cobrando por ello.
Renovaros o morid. Pero no hables de los que de verdad mueren aunque de vez en cuando reciban tu calderilla.
Atentamente,

Lucas Sánchez.