viernes, 21 de octubre de 2011

Normatividad versus cultura: la ortografía como encrucijada


Personalmente, no me resulta en modo alguno ajena la estampa del alumno que, suficientemente enculturado, en mayor o menor medida, a partir de determinados estadios del sistema educativo, responde de forma mecánica al profesor de turno cuando se ve interpelado por alguna cuestión de naturaleza ortográfica en la que en apariencia se busca sondear la espontánea reacción del adolescente abordado. Así, ante preguntas tan poco sospechosas de neutralidad como “¿y a ti qué te parece esto de la ortografía?; ¿la consideras necesaria, oportuna, inútil?”, el Manolito o Chusín de turno, ya adiestrado en las artes del cortejo académico, responde con fingida inocencia: “la ortografía es muy importante para que sepamos escribir bien y no seamos unos analfabetos toda nuestra vida”. El profesor asiente, los demás compañeros cuchichean, censurando la ramplona concesión de Vicentito, y la clase y la vida siguen sus cursos…
La ausencia casi absoluta de reflexividad en las cuestiones ortográficas y normativas ha llevado a adoptar actitudes extremas y maniqueas que simplifican y desvirtúan un fenómeno tan vivo como las células de mi organismo. En efecto, el lenguaje no consiste en un código cerrado sujeto tan solo al estudio de la arqueología filológica. De ser así, usaríamos el registro del marqués de Santillana para debatir acerca de la idoneidad o no de descargar un programa para la descompresión de archivos multimedia. En el otro extremo del continuum, la ortografía parece mostrarse como algo más que una hidra despiadada que cercena sin piedad la paciencia y el buen hacer de nuestros adolescentes.
¿Cómo dar con el justo medio? Difícil cuestión, cuando es constatable la existencia de múltiples sociedades ágrafas o de culturas, como la anglosajona, donde la vastedad en la difusión de sus modalidades lingüísticas no guarda ninguna correspondencia con la fortaleza institucional de algún organismo preocupado en exclusiva por velar por la incorruptibilidad del inglés. ¿Mandamos, pues, al demonio, bes, uves, haches y demás zarandajas? Ni tanto ni tan calvo, especialmente cuando usamos una lengua tan multicultural como el castellano, que se extiende por países y continentes con todo tipo de azarosas circunstancias sociales y educativas.
La ortografía cohesiona y proporciona nitidez y estandarización a los usos lingüísticos, pero la sacralización del lenguaje normativo nos lleva a escuchar aberraciones del tipo de “yo es que hablo muy mal” o “los que mejor usan el español son los de Valladolid, sin duda”. Si por “idioma” entendemos una determinada variedad lingüística, la tan llamada norma culta, usada de forma espontánea en contadas ocasiones y por limitados usuarios, y convertimos en una suerte de lengua franca el sistema comunicativo manejado por el noventa, o más, por ciento de la población que, intuitivamente, adscribimos sin embargo al mismo ámbito idiomático que quienes se supone que hablan “bien”, lo más probable es que acabemos en un callejón sin salida donde optemos, bien por considerar que el lenguaje correctamente utilizado es por definición artificial, bien por concluir, sencillamente, que a nueve de cada diez hablantes de español no se les entiende cuando intentan comunicarse.
El lenguaje es nada más, y nada menos, que una herramienta de comunicación, y la ortografía puede ayudar a facilitar unos patrones que contribuyan a ese propósito relacional, pero no hasta el punto de creer que existe un buen idioma y un mal idioma. Por encima de todo ello está el sentido común y la adecuación. Tan absurdo puede ser comenzar un solemne discurso con un “pienso de que” como dirigirse a un compañero de barra en la final de la Copa del rey anunciándole que “me congratulo de que las veleidades que tu ánimo manifiestan no se vean en modo alguno proyectadas sobre tu itinerante trayectoria en las inmediaciones de mi campo visual”. Intentaré recordarlo la próxima vez que felicite a Manolito en clase por su buen juicio a la hora de ponderar el valor de las normas gramaticales y ortográficas…

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