viernes, 4 de septiembre de 2009

¿Existen las lenguas?


El relato mítico es sobradamente conocido: como narra la Biblia, la soberbia humana, representada como artificio arquitectónico a través de la construcción de una interminable torre, sufrió en Babel el castigo divino de la eterna incomprensión en la comunicación. Las lenguas surgieron, "ex nihilo", como mecanismo de tortura, de incapacitación, a la hora de buscar una fraternidad universal. Desde entonces, se ha tendido a ver en las lenguas unidades discretas, de contornos finitos, con rasgos definitorios y hablantes identificables. Los pueblos lo aceptan y los lingüistas lo rubrican.
No obstante, la antropología deja incómodos resquicios por los que se cuela la duda del espectador crítico. El problema surgió, en gran medida, tras la demolición de la raciología (disciplina encargada del análisis y delimitación de las denominadas "razas" humanas) a comienzos del siglo XX, en gran medida tras las investigaciones de Franz Boas. Sus estudios evidenciaban, no solo que no era posible establecer una correlación entre lenguas, culturas y razas, sino que incluso estas últimas resultaban altamente arbitrarias, cuando se analizaban con cierto detenimiento. La genética mendeliana constituyó un sólido pilar para esta escuela, al constatar que la selección alternante de genotipos, a partir de la herencia paterna, podía imposibilitar cualquier conexión biológica entre un mítico fundador de una extirpe y un orgulloso descendiente de esa supuesta raza.
¿Hay genes en las lenguas? Desde luego que no, pero la arbitrariedad en la categorización de las manifestaciones lingüísticas es sin duda constatable, y la institucionalización de unas, en detrimento de otras, conlleva con frecuencia la estandarización de unos parámetros que, no pocas veces, distan un abismo de las auténticas expresiones del ciudadano de a pie: si casi nadie sabe que la palabra "elite" es llana, ¿qué fundamenta su aceptación como expresión correcta? ¿El asentimiento de los eruditos? ¿La sumisión de los no iniciados en los ritos filológicos? ¿Un contrato lingüístico al más puro estilo rousseauniano? ¿Si la mayor parte de las lenguas no poseen ningún tipo de respaldo académico, por qué no desaparecen? ¿Cómo cuantificar el número de rasgos que vuelven un dialecto lengua? ¿Cómo identificar las variables que hacen de una varidad lingüística un idioma? Dejo al lector que reflexione sobre las fecundas implicaciones políticas de todos estos procesos pero, en cualquier caso, apunto unas sugerencias: ¿por qué ningún país está dispuesto a aceptar la cooficialidad de una lengua artificial tan fácilmente adquirible como el esperanto, dotada de la misma expresividad que cualquier otra? ¿Por qué cada vez se enseña el inglés en más sitios, idioma incomparablemente más complejo que el esperanto?
Un último ejercicio práctico: sustituya la palabra "lengua" por "nación" en las líneas precedentes, y elabore una breve redacción, una vez releída la entrada, con lo que esta transmutación le sugiera.