jueves, 7 de mayo de 2009

Allons, intolerance!


En defensa de la intolerancia apenas puebla los anaqueles de los librepensadores, a juzgar por su escasa presencia en las bibliotecas públicas. Su autor, el filósofo esloveno Slavoj Zizek, goza de escaso predicamento fuera del ámbito anglosajón. Pero lo cierto es que es un texto para ser temido, odiado y admirado a un tiempo. La obra defenestra todo lo que huela a multiculturalidad políticamente correcta, bordeando para ello los límites de la aceptabilidad social, y fruto en gran medida de una denuncia: vivimos en una sociedad donde determinado sector autotildado de progresista esgrime una tolerancia socio-cultural sustentada en los mismos límites que cualquier secesión: la negación del alter. Pare ello, Zizek distingue entre el Otro aséptico -o inocuo, podríamos decir-, aquel que apenas hace peligrar nuestro horizonte de realidad, y el Otro real, el verdaderamente amenazante. En este último mete Zizek todos los fantasmas del Occidente actual: la ablación, el terrorismo, etc. De este modo, el filósofo pone sobre la mesa la identidad entre nuestro sistema de aceptación social y el de cualquier otra cultura: solo cambiamos los valores, pero siempre excluimos al Otro real. En última instancia, Zizek advierte de que esta sutil cortina de humo aleja nuestro espíritu crítico de la auténtica necesidad: la repolitización de la economía global, copada por jerifaltes que, a lomos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, se relevan en unos cargos carentes de mecanismos democráticos de elección. La fracasada Constitución Europea fue una buena muestra de ello, esto es, de la progresiva instauración de mecanismos estrictamente económicos para regular la política internacional.
En suma, Zizek obliga a pensar, y a dejar de darnos palmaditas en la espalda: nuestra presunta tolerancia -supuesto fruto y triunfo de la democracia- oculta el pañuelo de seda que nos tapa los ojos y nos deja de nuevo en el servilismo medieval: no hemos avanzado nada.